Uno de los objetivos y beneficios más importantes de la revolución de la Web 3.0 es que los ecosistemas informáticos del mundo se vuelvan a descentralizar. Internet, cuando nació, era un sistema altamente descentralizado. Pero con el paso del tiempo los sistemas centralizados se impusieron con mucho éxito por sobre este ecosistema descentralizado.
La economía del sector del software y el poder de los efectos de la red son los cimientos de la centralización de la Web 2.0, a la que contribuye también el uso liberal de patrones oscuros sobre los usuarios (es decir, los trucos de la Web 2.0 para conseguir que la gente ceda sus datos personales). Si no tenemos cuidado, corremos el riesgo de repetir algunos de los mismos patrones en la era de la Web 3.0.
Paul Brody es el líder global del área de blockchain de EY y columnista de CoinDesk.
Veo dos grandes riesgos para un futuro descentralizado sostenible. El primero y más importante es la inmensa complejidad que conlleva la construcción de buenas herramientas de interacción con la blockchain. Interactuar con los sistemas distribuidos es complicado, y más aún cuando se añaden requisitos adicionales como la gestión de múltiples firmas o el uso de zero knowledge proofs —en español, pruebas de conocimiento cero— para mantener la privacidad.
La forma más fácil de gestionar esa complejidad en la actualidad es mediante una interfaz de programación de aplicaciones (API, por sus siglas en inglés). ¿Quieres acuñar un token? Hay una API para ello. ¿Quieres obtener un historial de transacciones? También hay una API para eso. Esas APIs, a su vez, escriben desde y hacia la cadena de bloques, gestionando toda la complejidad que ello conlleva. Las APIs simplifican la construcción de herramientas de blockchain, pero casi todas ellas dependen de software e infraestructura centralizados. En otras palabras: el uso extensivo de las APIs conducirá a la centralización de muchas funciones críticas de la blockchain.
La infraestructura blockchain de EY no es diferente. No solo hace un uso intensivo de servicios basados en APIs de otras empresas, sino que también ofrece servicios como APIs a usuarios corporativos que, de otro modo, no podría gestionar toda esa complejidad. Aunque sé que las APIs tendrán sin duda un papel importante en el futuro —especialmente cuando se trate de interconectar el mundo de la Web 3.0 con el de la Web 2.0—, preferiría ver un futuro en el que muchas aplicaciones se ejecuten e interactúen de forma nativa en el ecosistema de la blockchain. Dentro de EY tenemos la prioridad de seguir incluyendo más infraestructura genuinamente descentralizada en nuestro negocio de blockchain, y espero que nuestros compañeros también lo hagan.
Para evitar una excesiva centralización mediante la dependencia de APIs y las aplicaciones SaaS (software como servicio, en español), el trabajo más importante es que los desarrolladores construyan bibliotecas y herramientas que faciliten el acceso directo a los ecosistemas de la Web 3.0 y mantengan el código actualizado sin tener que depender de las APIs. Esto parece fácil, pero en realidad es muy difícil. A lo largo de mi carrera he descubierto lo terriblemente difícil que es gestionar la distribución de software y lo fácil que es mantener el control y la coherencia a través de una API de SaaS. Algunos proyectos como Stereum, financiado en parte por la Fundación Ethereum, son un buen comienzo porque permiten que iniciar y ejecutar tu propio nodo en casa sea tan fácil como instalar cualquier otro producto de software.
Una segunda gran preocupación que tengo es que, en nuestros esfuerzos por construir propuestas de la Web 3.0 que funcionen y rindan igual que las de la Web 2.0, acabemos centralizando la Web 3.0 en gran medida. Los protocolos que apoyan el almacenamiento de archivos y la computación “descentralizada” están diseñados para recompensar a los participantes con los sistemas más disponibles y de mayor rendimiento. Éstos suelen estar ubicados en centros de datos centralizados, gestionados por grandes empresas.
Esta dinámica es esencial si queremos que las aplicaciones de la Web 3.0 sean tan rápidas y receptivas como las de la Web 2.0. Pero, ¿es ese un objetivo útil? Las nuevas tecnologías más exitosas abordan nuevas cargas de trabajo en vez migrar antiguas cargas a nuevas plataformas. La Web 3.0 es mejor en algunas cuestiones muy específicas, como el traslado de valor mediante tokenización y permitir integraciones complejas con contratos inteligentes.
¿Quizás podríamos dejar las interacciones sincrónicas y la gratificación instantánea de la interfaz de usuario para el mundo de la Web 2.0? El “30″ del término “net 30″, común en las facturas corporativas para indicar la fecha de cobro, se refiere a días, no a milisegundos. Para la mayoría de las empresas y aplicaciones comerciales y financieras, un ciclo de tiempo de unos minutos a un día es más que suficiente. ¿Quizás deberíamos dejar los juegos y la realidad virtual para la Web 2.0?
Si queremos un futuro verdaderamente distribuido y descentralizado, tendremos que resistir la doble tentación de la gratificación instantánea de la interfaz del usuario, del tipo que sólo pueden ofrecer los centros de datos siempre activos, y las integraciones de APIs extremadamente sencillas. La recompensa será un ecosistema financiero y tecnológico más justo, más competitivo y más resistente.
Las opiniones reflejadas en este artículo son mías y no reflejan necesariamente los puntos de vista de EY o de sus empresas.